Adolfo Bioy Casares

"Escribo porque, probablemente, me parezco al peluquero de Tom Jones: cuando se enteraba de una buena historia necesitaba contarla. Yo las invento con facilidad y las cuento con placer. Creo que antes de conocer la literatura, mi manera de reflexionar y comentar los hechos que me emocionaban fue imaginar historias; que las escribiera yo o no, eso dependía de las circunstancias. Tras descubrir la literatura, deslumbramiento que me sacudió hacia los doce o trece años, traté de contar una historia que pudiera provocar en el lector la fascinación que suscitaban en mí ciertas novelas: Robinson Crusoe, La maquina del tiempo, La ilustre casa de los Ramírez, El camino de Swann. Esta fiebre, tal vez infantil, de crear un encantamiento, continúa poseyéndome e incitándome a escribir lo mejor que pueda. Me gustan el cine de mis tardes y los sueños de mis noches porque me cuentan historias".

Adolfo Bioy Casares

Yo escribí para que me quisieran; en parte para sobornar y, también en parte, para ser víctima de un modo interesante; para levantar un monumento a mi dolor y para convertirlo, por medio de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo eso precedió a los pésimos libros publicados, que fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas. (…) Para un verdadero escritor escribir significa escribir bien, y escribir bien significa lo mejor que puede; y lo que se hace del mejor modo posible exige esfuerzo. No necesito aclararles que al decir “escribir” me refiero al sinnúmero de cuestiones que reclaman, simultáneamente a veces, la atención del escritor: desde las circunstancias de la escritura hasta el argumento y los personajes (en los relatos), pasando por la veracidad, la claridad, la amenidad, la precisión (desprovista de pedantería), la perspicacia, el buen sentido (sin caer en lo obvio), etcétera. No voy a negar que escribimos con gusto (a lo que agregaría “y que yo estoy dispuesto a sacrificar muchas cosas, sobre todo compromisos, con tal de seguir escribiendo”).

Simpapeles

En la sociedad de los productos sin azúcar, sin cafeína, sin alcohol o sin plomo, ha nacido una palabra que despista. Es simpapeles. No tiene nada de nuevo, ya lo hicimos con la sinhueso y la sinrazón e, incluso, aguantamos a los sinvergüenzas, pero simpapeles se nos hace difícil a la vista por el simple motivo de seguir la regla de la ortografía que reza que delante de b y p hay que escribir m. Eso les ha debido de pasar a los que se han encargado de difundir una nota de Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) que nos informa de que “La cadena Cuatro TV, del grupo Mediaset, graba estos días en Vitoria-Gasteiz y en la sede Txagorritxu del Hospital Universitario Araba (HUA) para la edición de su programa ’21 días’, presentado por Adela Úcar. El tema elegido es el sueño y las patologías a él asociadas (…). Adela Úcar se pone en la piel de distintos grupos de personas para mostrar cómo son sus vidas las 24 horas de cada uno de esos 21 días. Se ha sumergido en el mundo de las drogas, de los ‘sinpapeles’, de la anorexia y la bulimia, el sadomasoquismo, etcétera." Entre las opciones que tenían para el neologismo eligieron la peor, la de no respetar la norma ortográfica (las comillas no justifican el error). Sin embargo ha llegado el momento de admitirla, es triste en los días en que las personas sin techo, sin documentación, sin trabajo o sin esperanzas llenan páginas y telediarios, pero está ahí, es mucho tiempo para los “sin papeles” (entre comillas para que funcione como sustantivo) cuando su uso es tan frecuente, toca lexicalizarla, que forme una sola palabra. No nos percatamos pero biempensante o sambenito campan entre nosotros con alegría y es mejor que esas expresiones tan difíciles de digerir como grupos de riesgo en los procesos migratorios… que designan a las personas que llegan, como pueden, a nuestro país en busca de un futuro. Por último tengo que decir que la palabra es invariable en plural: un simpapeles, varios simpapeles o las simpapeles.