Violencia de género
Además de gusto por las palabras hay otro sentimiento que me estremece de vez en cuando y es la envidia. Envidio y admiro a aquellos que son capaces de plasmar en un papel las palabras precisas, entendidas como el lenguaje conciso y rigurosamente exacto que define la RAE. Sin embargo, hay expresiones que me aturden y una de ellas es el término “violencia de género”. El pasado 25 de noviembre, día contra la violencia sexista, los medios de comunicación informaron ampliamente sobre esta masacre y me gustó comprobar como se están extendiendo los términos violencia machista, violencia contra las mujeres o violencia sexista para sustituir al maltraído anglicismo y poco conciso violencia de género.
En castellano, son las palabras las que tienen género (masculino, femenino o neutro) mientras que las personas tenemos sexo (masculino o femenino). No así en inglés donde gender es sexo. Pero, asumido el anglicismo y con la convicción de que el uso que hacemos de las palabras nos reflejan, he tenido la impresión de que algo está cambiando, que el institucional “género” da paso al llamar a las cosas por su nombre “machista”, “contra las mujeres” o “sexista”.
También me ha gustado constatar que tiende a desaparecer el falso “violencia doméstica”: el maltrato, el terror y la muerte no son inherentes a la casa, ni siquiera relativas o pertenecientes a ella.
Mega ciudades
Sin abandonar Periscopio y la calle Sancho el Sabio con sus megaciudades me voy a explayar precisamente con esta palabra o como la he leído mega ciudad o mega-urbe.
El prefijo mega- hace ya muchos años que abandonó su exclusividad en el campo científico y técnico con su valor de “un millón” y con voces como megahercios o megavatios para frecuentar su uso en el común de los hablantes con palabras como megaconcierto o megaestrella. Su mensaje es claro, significa “grande”; se trata de un prefijo que, al igual que macro- o super-, dan intensidad tanto en cantidad como en tamaño al sustantivo o al adjetivo al que acompañan. Son voces que no han recibido el beneplácito de la Real Academia Española y se han incorporado a nuestras conversaciones con la facilidad de supermercado, los archifamosos y los multicines. Muchas palabras se han formado así, el método se llama prefijación.
La RAE sí nos dice como deben formarse, y en este sentido señala: “Como norma general, los prefijos y elementos compositivos se escriben soldados a la palabra a la que se unen, sin guion intermedio: antidisturbios, subcomité, posguerra, preselección, superdivertido, interestatal, electroimán, etc. Solo se escribe guion intermedio si la palabra base comienza por mayúscula o se trata de una sigla: anti-OTAN, pos-Maastricht”.
Si vamos a crear palabras y olvidar las que ya existen con igual significado como megalópolis “ciudad gigantesca”, pongámonos de acuerdo.
Bello y vello
El domingo continué mi periplo por las muestras que durante estas semanas llenan la ciudad dentro de Periscopio y lo hice al Museo de Bellas Artes.
Allí “Love me” de Zed Nelson repasa con imágenes la industria de la belleza y fue en una de sus salas donde leí: “La revista Men`s Health (la salud del hombre, EEUU) no ha tenido a un hombre con bello en el pecho en su portada desde 1995”. Parece que estar bello y tener vello no se llevan bien pero la ortografía no es responsable de nuestro desaguisado. Bello es el que tiene belleza (del latín bellus), mientras que vello es ese pelo que sale en algunas partes del cuerpo (del latín villus). !Cuidado!
Con reservas
Con reservas, con muchas reservas leí la invitación a visitar el yacimiento de Iruña-Veleia. “El acceso al yacimiento se podrá realizar habiendo concertado una visita previamente” dice el cartel que empapela las paredes del centro de Vitoria-Gasteiz. Al leerla me pregunté: ¿Qué le pasa a la frase? La frase, me contesté, es farragosa, sólo es eso. El uso de los gerundios con adverbios terminados en –mente no es lo más recomendable para hacernos entender y menos con un gerundio compuesto y en un texto tan corto. Lo dicho: con muchas reservas.
Tí
Y lo mismo que expliqué para el monosílabo tu rige para la palabra ti: los monosílabos no se acentúan a no ser que tengan más de un significado. ¿Tiene ti otro uso que el de pronombre? No, no hay manera de que nos confundamos, así que nunca y digo nunca lleva tilde a pesar de que la veamos acentuada como es el caso de este anuncio de Radio Vitoria.
Encima nuestra
Esta patada la oigo a todas horas y a mí se me escapa de vez en cuando. Ya en el año 1989 Lázaro Carreter escribió: “No ya de la plebe, sino del puro lumpen lingüístico ha salido el hoy triunfal delante mío o detrás tuyo”. Ayer se la oí a Edurne Pasaban, nuestra esforzada alpinista. Edurne ha estado varios días en los medios de comunicación ya que la Federación coreana de montañismo no ha reconocido como cierta la ascensión de la alpinista Oh Eun-Sun al Kangchejunga. Pasaban nos advirtió que la coreana estaba falseando los datos y según nos comenta ahora “cayó mucho peso encima nuestra” en lugar de “cayó mucho peso encima de nosotros”. El error que debemos evitar es el uso de adverbios con adjetivos posesivos, así que nunca podremos decir delante mío, encima suyo o cerca nuestro y sí, delante de mí, encima de él o cerca de nosotros. Mío, tuyo o nuestro son posesivos y como tales señalan que algo pertenece a la persona gramatical, es decir, a un sustantivo. Delante, encima o cerca son adverbios de lugar.
Pero si me llamó la atención la frase de la montañera es que además hizo concordar el género en su expresión “encima nuestra”. Los adverbios no tienen género, no son femeninos ni masculinos. Si lo correcto es encima de nosotras ¿todas las personas que le acompañaron a la ascensión del Kangchejunga eran mujeres?
Onceavo piso
A medida que ha ido subiendo la altura de los edificios ha aumentado la frecuencia con que oigo esta incorrección a pesar de que nuestros maestros se encargaron muy bien de explicarnos la diferencia entre los números ordinales y los números partitivos.
Esta vez me ha llamado la atención verla escrita y ha sido en un pie de foto que Periscopio expone en la calle Sancho el Sabio. El fotógrafo Carlos Cazalis en la exposición “Sombras Urbanas” destapa realidades de cuatro megaciudades. Una de ellas es Sao Paulo y uno de los pies dice: “Un joven traficante de drogas vigila la calle desde su casa, en el onceavo piso de una fábrica textil abandonada”.
Los ordinales indican la posición que ocupa un número en una sucesión mientras que los partitivos o fraccionarios expresan la división de un todo en partes o fracciones.
Para explicar y entender a los primeros siempre me ha gustado la imagen de un rascacielos a cuyos sucesivos pisos accedo en ascensor y así subo a la planta número once o al undécimo piso. Para los partitivos, tal y como me lo enseñaron, la fotografía es una tarta a la que divido en varios trozos y a mí me toca una onceava parte del manjar.
En el año 2005 se aceptó la norma que incluía a las voces decimoprimero y decimosegundo como ordinales añadiéndose a los tradicionales e irregulares undécimo y duodécimo.
Unos preferimos undécimo, otros decimoprimero o décimo primero, o el más sencillo piso once, da igual, siempre que no finalicemos en el onceavo puesto de la carrera de San Silvestre o celebremos el quinceavo cumpleaños de nuestro primo.
Tú y tu
De este terror he encontrado varios ejemplos de los que os muestro solo tres. Y utilizo la palabra terror porque a la patada ortográfica se le une que su origen es la prensa. Ahora me explico. La norma dice que los monosílabos no se acentúan a excepción de aquellas palabras que siendo iguales tienen más de un significado y he aquí que tu es una de ellas. Tu en la frase “tú eres alto” actúa de pronombre personal de 2ª persona mientras que en “comeremos en tu casa” su función es la de un posesivo. ¿Cómo las distinguimos? Pues con una tilde y en este caso en el pronombre. Por eso a la pregunta ¿Y tu? que publicitaba la Cope en los diarios de Vitoria le falta el acento y, sin embargo, a “tú piel luminosa”, “tú baño” o “tú manera” le sobran.
Pueden haber y han habido
Otra discordancia que se comete sobre todo cuando hablamos la encontramos en las oraciones impersonales.
Durante cinco días Vitoria-Gasteiz ha disfrutado de unas jornadas culturales sobre la India. Cine, danza, gastronomía… nos han acercado a ese vasto país. La conferencia sobre “El culto en un templo hindú” estuvo a cargo de Agustín Pániker, especialista en cultura india además de director de la editorial Kairós. Este profesor, que me fascinó con su conocimiento y su precisa a la vez que amena locuacidad, cometió varias veces este error. En una de las ocasiones dijo: “Han habido varios casos…” y en otra “pueden haber…”. Cuando el verbo haber es impersonal siempre se expresa en singular, es decir, ha habido varios casos… o puede haber…
Más tarde descubrí que Pániker vive en Barcelona y entonces lo entendí, ya que es en el mediterráneo por influencia del catalán y del valenciano donde nació el tropezón.
Mereció la pena su charla.
Yo soy de las que come...
Esta incorrección es mía y tengo una amiga que me rectifica cada vez que la digo. El error es la concordancia de número entre el sujeto y el verbo. Si “de las que” es tercera persona del plural, el verbo debe ser plural también. Lógico ¿no? Lo correcto por tanto es: yo soy de las que comen mucha verdura.
Másters
Mi Word ya subraya en rojo la palabreja. Es másters. Si defino el idioma español en mi ordenador, el diccionario me ofrece máster o másteres como opciones para sustituir a másters. Si lo cambio al inglés, me brinda master. ¿Qué es másters? Un hibrido entre el castellano y el inglés.
Fue aceptada por la RAE hace años y como rige nuestra gramática el plural de las voces que terminan en consonante o en i tónica se forma con la terminación -es. Ejemplo: mar y mares.
Sé que esta norma tiene muchas excepciones, sobre todo cuando se trata de extranjerismos, pero no es el caso.
Garage o garaje
Hay muchos garages en Vitoria-Gasteiz y no puedo entender por qué. Sé que nuestro garaje es hermano del francés garage, pero se me escapa por qué sigue, después de todos los años que tiene la palabra, en estas condiciones, es decir, con g. Y es que hace tiempo ya que nuestra ortografía se encargó de decirnos que las voces que terminan en –aje se escriben con la jota de nuestro jamón. Si la cogimos prestada, convirtiéndola en una más de nuestros galicismos, estamos obligados a vestirla con nuestras mejores galas, con nuestras normas de la ortografía. Lo hicimos con bricolaje, ¿por qué no con garaje?
Bricolage y bricolaje
Me equivoqué. En mi comentario sobre “garage o garaje” me aventuré y afirmé que habíamos adoptado y convertido en una de las nuestras la voz bricolaje (del francés bricolage), pero no es así; perdura. La norma es la misma; insisto: todas las palabras terminadas en –aje se escriben con jota.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)