Originalmente significaba ´ser excesivamente minucioso, de manera
exagerada, hasta en las cosas de menor entidad`. Después evolucionó a un
sentido distinto, el de ´concretar y determinar claramente una cosa sin dejar
lugar a dudas, normalmente con daño o perjuicio para alguno`.
Ambas acepciones
provienen de las particularidades de la antigua caligrafía, la
escritura gótica, que se desarrolló durante los siglos XII y XIII con letras
muy verticales, rectas y uniformes, que se escriben muy juntas y sin espacio
entre las palabras.
Una de
las letras que más dificultad representaba era la iota griega ´ɩ` (predecesora
de nuestra ´i latina`) ya que cuando se escribían dos seguidas se confundían
con una ´u`. Para evitar el error se introdujo la costumbre de poner a las ´ɩ`
unas tildes o virgulillas que las distinguían fácilmente.
Más
tarde, y por economía en la escritura, se convirtieron en puntos sencillos. Los
copistas más tradicionales consideraron este cambio innecesario y quisquilloso;
de ahí el significado primero de la expresión “poner los puntos sobre las íes”.
Poco a poco se fue imponiendo la nueva estética de
la ´i`, sobre todo debido a la influencia de Gutenberg quien
optó por este estilo de letra para sus revolucionarios tipos móviles (incluyó
sobre la ´ɩ` una evidente raya arqueada en la primera edición de su Biblia).
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